Dicen que su rostro asimétrico es la encarnación, esquina a la Anunciación, del sueño de los despiertos. Dicen que en su nombre caben la realidad mortal del hombre y el deseo de eternidad que anida en el pecho. Ya lo dijo Bécquer: llevamos algo divino dentro de nosotros, un no sé qué que lucha contra la carcoma del tiempo que marcan las agujas oxidadas de los relojes. Ese poeta dejó su nombre grabado en la cerámica de los azulejos que le dan nombre a su calle. De la calle Bécquer tenía que salir… Aparece en forma de luz. Y se entrega a la ciudad y al mundo cada Madrugada, cuando abandona los límites de la Basílica donde Roma se rinde ante el Sentenciado al que le ataron las manos para que no repitiera su obra maestra: así se aseguran los macarenos de que no habrá Otra igual más allá del arco y la muralla. No hace falta escribir su nombre. Es el sueño que soñó el armao de su Centuria que abandonó por unos días la legión para dormir en sus brazos. Nadie daba un denario por él. Quien fue su capitán se agarró al rayo de color tisú que deja prendido en el aire de marzo cuando se echa a la calle como una Muchacha en flor que nunca acaba de cumplir los diecinueve años en la décima de los doce versos que le escribió Caro Romero. Ese capitán de la dinastía macarena se salió con la suya, y el armao despertó del sueño. Guasón como no podía ser menos si tenemos en cuenta que se trata de un gastador del Pumareius, el armao le pide permiso a su antiguo capitán para salir del hospital con rumbo a la taberna, tabernae donde pueda beberse esta luz de octubre que cuaja en el templete de la Cruz del Campo.
El hospital, por cierto, no es el que lleva el nombre que el barrio le prestó, per secula, seculorum, a la Vecina que le da el ser. El hospital se encuentra en las estribaciones de la Bética romana que linda con el burgo de Bami, allí donde vive el cronista cuyo nombre tampoco hace falta escribir porque fue quien cantó como nadie lo hecho, y como nadie lo hará nunca, a estos herederos de Julio César que cada Madrugada se rinden ante El Que Todo lo Puede. Si en abril fue al hospital vestido de armao para llevarles la Esperanza a los niños que más la necesitaban, hoy es un niño grandullón que acaba de despertar, otra vez, a la vida. Un viernes por la mañana, antes de amanecer, fue cuando volvió a abrir los ojos: ¿hace falta explicar dónde están estos romanos de Híspalis en esa jornada y a esas horas cuando la luna de Nisán bruñe el oro fino del manto camaronero?
En Sevilla no hay que preguntarse si los milagros existen. Es mejor abandonarse al río que nos lleva y que nos marca, como bien señaló el cronista de la ciudad y de su Centuria Macarena, el carácter de esta vieja Híspalis. Somos el río y somos el puente. Y cuando llega el Viernes por la mañana soñamos que estamos despiertos ante la Esperanza.
*Paco Robles en ABC de Sevilla el día 18 de octubre de 2012
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